Las trompetas de la guerra fría han vuelto a sonar. El presidente de Estados Unidos anuncia a los cuatro vientos la nueva cruzada. Esta vez, los términos parecen diferentes, pero los enemigos son los mismos: China y Rusia, principalmente. Se trata de la "guerra" entre democracias y autoritarismos (dictaduras o gobiernos democráticos truncados por el dominio absoluto de un partido). Como de costumbre, los gobiernos occidentales y los comentaristas de turno se han alineado fielmente para el combate. Los portugueses que en la edad adulta vivieron en la época de la dictadura de Salazar no dudan en distinguir entre democracia y autoritarismo y en preferir la primera al segundo. Los nacidos después de 1974, o poco antes, cuando no aprendieron de sus padres lo que fue la dictadura, muy probablemente tampoco lo aprendieron en la escuela. Se encuentran, pues, en disposición de confundir ambos regímenes políticos.
A su vez, la realidad de muchos países considerados democráticos muestra que la democracia atraviesa una profunda crisis y que la distinción entre democracia y autoritarismo es cada vez más compleja.