"Si hubiera un matadero con las paredes de cristal en el centro de las ciudades, donde todo el mundo pudiera verlo, pudiera escuchar a los animales chillar, ver cómo son masacrados sin piedad, quizá cambiarían de idea... La gente tolera el sacrificio animal porque no llega a verlo, tampoco a oírlo, tampoco a olerlo, la gente no quiere que se le recuerde cómo llega a su plato la comida", defiende Coetzee.